[Artículo publicado originalmente en la revista Energías Renovables]
En los últimos años el hidrógeno verde ha emergido como una de las soluciones más prometedoras para reducir las emisiones de carbono en algunos sectores concretos, gracias al impulso de políticas públicas y subsidios que han buscado (y siguen buscando) acelerar su desarrollo a escala industrial.
Sin embargo, la realidad de los hechos está poniendo de manifiesto las dificultades que suelen caracterizar un proceso de rápida expansión de una tecnología que, hasta la fecha, se encuentra todavía en una fase temprana de desarrollo, con una evidente inmadurez tanto en términos de producción a gran escala como de transporte, y que no está lo suficientemente madura como para ser rentable sin un apoyo financiero significativo.
Incluso el Tribunal de Cuentas Europeo afirmó, recientemente, que la Comisión Europea había establecido para 2030 unos objetivos poco realistas en materia de producción e importación de hidrógeno verde (en total, unos 20 millones de toneladas). En su informe, el Tribunal señaló que estos objetivos no se basaban en un análisis sólido, sino que estaban motivados por una voluntad política. Pese a todo ello, la burbuja del hidrogeno verde en España está muy lejos de quererse desinflar.
A finales del pasado mes de julio, el Consejo de Ministros aprobó un acuerdo por el que se habilita a Enagás para el ejercicio provisional de las funciones de desarrollo de sus proyectos de infraestructuras de transporte y almacenamiento de hidrógeno verde. Estos proyectos, reconocidos el pasado abril como Proyectos de Interés Común europeo por parte de la Comisión, incluyen el H2Med, una serie de infraestructuras para el transporte de hidrógeno verde desde la Península hasta el centro de Europa, y los primeros ejes de la Red Troncal Española del Hidrógeno.
Son proyectos para los que la información pública disponible es muy escasa y que el promotor justifica en base a los resultados de una call for interest que la misma empresa lanzó en septiembre de 2023 y que reflejan unos escenarios de futura capacidad de producción nacional de hidrógeno verde muy por encima de las previsiones incluidas en el borrador de actualización del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima, con cifras de producción hasta 7 veces superiores.
Se trata de proyectos sobre los que existen muchas dudas en cuanto a su utilidad y necesidad reales. Pero todo indica que hay que tirar para adelante, ni por asomo cabe cuestionar su idoneidad.
No importa que estos proyectos se presentaran sin un estudio previo sobre las perspectivas de producción y demanda futuras de hidrógeno verde y que siga siendo necesario un análisis de la demanda actual y a medio plazo por sectores. No importa la necesidad de priorizar la producción y el consumo local de hidrógeno verde, respetando las necesidades y capacidades de los territorios. Tampoco importa la necesidad de establecer una planificación que defina claramente dónde producir hidrógeno verde y qué usos son viables y deben priorizarse.
No importa que no se haya demostrado la necesidad de desarrollar una red dedicada al transporte exclusivo de hidrógeno a media y larga distancia, con el riesgo de que estos proyectos se conviertan en activos varados. No importan las dificultades asociadas al transporte de hidrogeno verde a larga distancia desde una perspectiva económica, técnica y de eficiencia energética. No importan los posibles impactos ambiental, sociales y territoriales asociados indirecta y directamente a estos proyectos.
No, todo eso no importa. Porque el hidrogeno verde es la moda del momento, buena, bonita y barata. Es el santo grial energético y hay que seguir construyendo la casa por el tejado, hacer muchas cosas y a la vez no hacer nada, nada que nos permita avanzar de forma efectiva y sostenible en el camino de la descarbonización, en un contexto de grave crisis energética y climática como el actual.